Infancia
Antonio Claret y Clará
nacía en Sallent (Barcelona, España) el 23 de diciembre de 1807. Era
el quinto de once hijos de Juan Claret y Josefa Clará. Le bautizaron
el día de Navidad. La escasa salud de su madre hizo que se le pusiera
al cuidado de una nodriza en Santa María de Olot. Una noche en que
Antonio se quedó en la casa paterna se hundió la casa de la nodriza
muriendo todos en el accidente. Para Claret aquello supuso siempre una
señal de la providencia.
La
cuna de Claret fue sacudida constantemente por el traqueteo de los
telares de madera que su padre tenía en los bajos de la casa. Ya
desde sus primeros años Antonio dio muestras de una inteligencia
despejada y de buen corazón. A los cinco años, Toñín pensaba en la
eternidad: por la noche, sentado en la cama, quedaba impresionado por
aquel "siempre, siempre, siempre". El mismo recordaría más
tarde siendo Arzobispo:
"Esta
idea de la eternidad de penas quedó en mí tan grabada, que, ya sea
por lo tierno que empezó en mí o ya sea por las muchas veces que
pensaba en ella, lo cierto es que es lo que más tengo presente. Esta
misma idea es la que más me ha hecho y me hace trabajar aún, y me
hará trabajar mientras viva, en la conversión de los pecadores"
(Aut. nº 9)..
La
guerra popular contra Napoleón embargaba vivamente el ambiente de la
época. Sus soldados pasaban frecuentemente por la villa entre los años
1808 y 1814. Hasta los sacerdotes del pueblo se habían sumado a la
lucha. En 1812 se promulgaba la nueva Constitución.
Mientras,
Antonio jugaba, estudiaba, crecía... Dos amores destacaban ya en el
pequeño Claret: la Eucaristía y la Virgen. Asistía con atención a
la misa; dejaba momentáneamente el juego para visitar a Jesús en la
iglesia siempre que no ocasionara molestias a sus compañeros; iba con
frecuencia, acompañado de su hermana Rosa, a la ermita de Fusimaña y
rezaba diariamente el rosario.
Una
debilidad de Antonio eran los libros. Se los devoraba. Pocas cosas
contribuyeron tanto a la santidad de Antonio como sus lecturas, las
primeras lecturas de su infancia. Porque sus lecturas eran escogidas.
Pero ya entonces Antonio tenía una ilusión: llegar a ser sacerdote y
apóstol. Sin embargo, su vocación debería recorrer todavía otro
itinerario.
Entre
los telares
Toda
su adolescencia la pasó Antonio en el taller de su padre. Pronto
consiguió llegar a ser maestro en el arte textil. Para perfeccionarse
en la fabricación pidió a su padre que le permitiera ir a Barcelona,
donde la industria estaba atrayendo a numerosos jóvenes. Allí se
matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de la Lonja. Trabajaba de
día, y de noche estudiaba. Aunque seguía siendo un buen cristiano,
su corazón estaba centrado en su trabajo. Gracias a su tesón e
ingenio llegó pronto a superar en calidad y belleza las muestras que
llegaban del extranjero. Un grupo de empresarios, admirados de su
competencia, le propusieron un plan halagüeño: fundar una compañía
textil corriendo a cuenta de ellos la financiación y el montaje de la
fábrica. Pero Antonio, inexplicablemente, se negó. Dios andaba por
medio. Unos cuantos hechos -el haber tropezado con un compañero que
acabó en la cárcel, el lazo tentador de la mujer de un amigo, el
salir ileso milagrosamente del mar donde había sido arrastrado por
una gigantesca ola, etc.- le hicieron más sensible el oído a la voz
de Dios. Por fin, las palabras del Evangelio: "¿De qué le vale
al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?", le impresiona
ron profundamente. Los telares se pararon en seco, y Antonio se fue a
consultar a los oratorianos de San Felipe Neri. Por fin tomó la
decisión de hacerse cartujo y así se lo comunicó a su padre. Su
decisión de ser sacerdote llegó a oídos del obispo de Vic D. Pablo
de Jesús Corcuera que quiso conocerle. Antonio salía de Barcelona a
principios de septiembre de 1829 camino de Sallent y Vic. Tenía 21 años
y estaba decidido a ser sacerdote.
En
el seminario
En
el seminario de Vic, forja de apóstoles, Claret se formó como
seminarista externo viviendo como fámulo de Don Fortià Bres,
mayordomo del palacio episcopal. Pronto iba a destacar por su piedad y
por su aplicación. Eligió como su confesor y director al oratoriano
P. Pere Bac. Después de un año llegó el momento de llevar a cabo su
decisión de entrar en la cartuja de Montealegre, y hacia allí salió,
pero una tormenta de verano que lo sorprendió en el camino dio al
traste con sus planes. Tal vez Dios no le quería de cartujo. Dio
media vuelta y retornó a Vic. Fue al año siguiente cuando pasó la
prueba de fuego de la castidad en una tentación que le sobrevino un día
en que Antonio yacía enfermo en la cama. Vio que la Virgen se le
aparecía y, mostrándole una corona, le decía: "Antonio, esta
corona será tuya si vences". De repente, todas las imágenes
obsesivas desaparecieron. Bajo la acertada guía del obispo Corcuera
el ambiente del Seminario era óptimo. En él trabó amistad con Jaime
Balmes, que se ordenaría de Diácono en la misma ceremonia en que
Claret se ordenó de Subdiácono. Fue en esta época cuando Claret
entró en un profundo contacto con la Biblia, que le impulsaría a un
insaciable espíritu apostólico y misionero.
Sacerdote
A
los 27 años, el 13 de junio de 1835, el obispo de Solsona, Fray Juan
José de Tejada, ex-general de los Mercedarios, le confería, por fin,
el sagrado orden del Presbiterado, junto con otros compañeros
seminaristas. Su primera misa la celebró en la parroquia de Sallent
el día 21 de junio, con gran satisfacción y alegría de su familia.
Su primer destino fue precisamente Sallent, su ciudad natal.
A
la muerte de Fernando VII la situación política española se había
agravado. Los constitucionales, imitadores de la Revolución francesa,
se habían adueñado del poder. En las Cortes de 1835 se aprobaba la
supresión de todos los Institutos religiosos. Se incautaron y
subastaron los bienes de la Iglesia y se azuzó al pueblo para la
quema de conventos y matanza de frailes. Contra este desorden pronto
se levantaron las provincias de Navarra, Cataluña y el País Vasco,
estallando la guerra civil entre carlistas e isabelinos.
Pero
Claret no era político. Era un apóstol. Y se entregó en cuerpo y
alma a los quehaceres sacerdotales a pesar de las enormes dificultades
que le suponía el ambiente hostil de su ciudad natal. Su caridad no
tenía límites. Por eso, los horizontes de una parroquia no satisfacían
el ansia apostólica de Claret. Consultó y decidió ir a Roma a
inscribirse en Propaganda Fide, con objeto de ir a predicar el
Evangelio a tierras de infieles... Corría el mes de septiembre de
1839. Tenía 31 años.
En
Roma busca su identidad misionera
Con
un hatillo y sin dinero, a pie, un joven cura atravesó los Pirineos
camino de la ciudad eterna. Llegado a Marsella tomó un vapor a Roma.
Ya en la ciudad eterna, Claret hizo los ejercicios espirituales con un
padre de la Compañía de Jesús. Y se sintió llamado a ingresar como
novicio jesuita; había ido a Roma para ofrecerse como misionero del
mundo, pero Dios parecía no quererle ni misionero “ad gentes” ni
tampoco jesuita. Una enfermedad -un fuerte dolor en la pierna derecha-
le hizo comprender que su misión estaba en España. Después de tres
meses abandonó el noviciadopor consejo del P. Roothaan.
Regresado
a España, fue destinado provisionalmente a Viladrau, pueblecito
entonces de leñadores, en la provincia de Gerona. En calidad de
Regente (el párroco era un anciano impedido) emprendió su ministerio
con gran celo. Tuvo que hacer también de médico, porque no lo había
ni en el pueblo ni en sus contornos.
Misionero
Apostólico en Cataluña
Como Claret no había nacido para permanecer en una sola parroquia, su
espíritu le empujó hacia horizontes más vastos. En julio de 1841,
cuando contaba con 33 años recibió de Roma el título de Misionero
Apostólico. Por fin era alguien destinado al servicio de la Palabra,
al estilo de los apóstoles. Esta clase de misioneros había
desaparecido desde san Juan de Avila. A partir de entonces su trabajo
fue misionar. Vic iba a ser su residencia. Claret, siempre a pie, con
un mapa de hule, su hatillo y su breviario, caminaba por la nieve o en
medio de las tormentas, hundido entre barrancos y lodazales. Se
juntaba con arrieros y comerciantes y les hablaba del Reino de Dios. Y
los convertía. Sus huellas quedaron grabadas en todos los caminos.
Las catedrales de Solsona, Gerona, Tarragona, Lérida, Barcelona y las
iglesias de otras ciudades se abarrotaban de gente cuando hablaba el
P.Claret.
Caminando
hacia Golmes le invitaron a detenerse porque sudaba; él respondía
con humor: "Yo soy como los perros, que sacan la lengua pero
nunca se cansan".
"Padre,
confiese a mi borrico" -le dijo un arriero con tono burlón.
"Quien se ha de confesar eres tú -respondió Claret- que llevas
7 años sin hacerlo y te hace buena falta". Y aquel hombre se
confesó.
En
otra ocasión sacó de apuros a un pobre hombre, contrabandista,
convirtiendo en alubias un fardo de tabaco ante unos carabineros que
les echaron el alto. La mayor sorpresa se la llevó el buen hombre
cuando, al llegar a su casa, observó que el fardo de alubias se había
convertido de nuevo en tabaco. Son algunas de las "florecillas
claretianas" de aquella época.
Otros
hechos prodigiosos se cuentan, pero sobre todo se destacaba su virtud
de penetrar las conciencias. Tenía enemigos que le calumniaban y que
procuraban impedir su labor misionera teniendo que salir en su defensa
el arzobispo de Tarragona. Pero su temple era de acero. Todo lo resistía
y salía airoso de todas las emboscadas que le tendían.
Además
de la predicación el P. Claret sededicaba a dar Ejercicios
Espirituales al clero y a las religiosas, especialmente en verano. En
1844 , por ejemplo, los daba a las Carmelitas de la Caridad de Vic,
asistiendo a ellos santa Joaquina Vedruna.
Durante
este tiempo también publicó numerosos folletos y libros. De entre
ellos cabe destacar el "Camino Recto", publicado en 1843 por
primera vez y que sería el libro de piedad más leído del siglo XIX.
Tenía 35 años. En 1847 fundaba junto con su amigo José Caixal,
futuro obispo de Seu D'Urgel y Antonio Palau la Librería Religiosa.
Ese mismo año fundaba la Archicofradía del Corazón de María y
escribía los estatutos de La Hermandad del Santísimo e Inmaculado
Corazón de María y Amantes de la Humanidad, compuesta por sacerdotes
y seglares, hombres y mujeres.
Es
larga y digna de mención la lista de discípulos y compañeros que
tuvo en aquella época, hombres que quedarían inscritos en la
historia eclesiástica catalana: Esteban Sala, Manuel Subirana, beato
Francisco Coll, Manuel Vilaró, Domingo Fábregas...
Apóstol
de las islas Canarias
El
6 de marzo de 1848 salía de Cádiz para las islas Canarias con el
recién nombrado obispo D. Buenaventura Codina. Tenía 40 años. Y es
que tras la nueva rebelión armada de 1847 ya no era posible dar
misiones en Cataluña. Desde el Puerto de la Luz de Gran Canaria hasta
los ásperos arenales de Lanzarote resonó la convincente voz de
Claret. Misionó Telde, Agüimes, Arucas, Gáldar, Guía, Firgas,
Teror... El milagro de Cataluña se repitió de nuevo. Claret tuvo que
predicar en las plazas, sobre los tablaos, al campo libre, entre
multitudes que lo acosaban. A pesar de una pulmonía no cejó en su
intenso trabajo. En Lanzarote da misiones en Teguise y Arrecife.
Gastó
15 meses de su vida en las Canarias, y dejó atrás conversiones y
prodigios, profecías y leyendas. Los canarios vieron partir con lágrimas
en los ojos un día a su "padrito" y lo despidieron con añoranza.
Era en los últimos días de mayo de 1849. Aún perdura su recuerdo.
Fundador de la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María
Poco
después, el 16 de julio de 1849, a las tres de la tarde en una celda
del seminario de Vic fundaba la Congregación de los Misioneros Hijos
del Inmaculado Corazón de María. Tenía 41 años. Eran los
Confundadores los PP. Esteban Sala, José Xifré, Manuel Vilaró,
Domingo Fábregas y Jaime Clotet.
"Hoy
comienza una grande obra" -dijo el P.Claret.
No
era Claret un seudocarismático que hablara en nombre propio, sino que
se sentía impulsado por Dios; y Dios le reveló tres cosas:
Primera: que la Congregación se extendería por todo el mundo.
Segunda: que duraría hasta el fin de los tiempos.
Tercera: que todos los que murieran en la Congregación se salvarían.
Arzobispo
de Santiago de Cuba
Un
hecho de capital importancia puso pronto en peligro su recién fundado
Instituto. El P. Claret era nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba.
Aceptó el cargo después de todos los intentos de renuncia el 4 de
octubre de 1849 y el día 6 de octubre de 1850 era consagrado obispo
en la catedral de Vic. Tenía 42 años. Antes de embarcarse para Cuba
y después de ir a Madrid a recibir el palio y la gran cruz de Isabel
la Catolica efectuó tres visitas: a la Virgen del Pilar, en Zaragoza,
a la Virgen de Montserrat y a la Virgen de Fusimaña, en Sallent, su
Patria chica. Y aún le dio tiempo, antes de partir, para fundar las
Religiosas en sus Casas o las Hijas del Inmaculado Corazón de María,
actual Filiación Cordimariana. En el puerto de Barcelona un inmenso
gentío despidió al Arzobispo Claret con una apoteósica manifestación.
En
el viaje hacia La Habana aprovechó para dar una misión a bordo para
todo el pasaje, oficialidad y tripulación. Y al fin... Cuba. Seis años
gastaría Claret en la diócesis de Santiago de Cuba, trabajando
incansablemente, misionando, sembrando el amor y la justicia en
aquella isla en la que la discriminación racial y la injusticia
social reinaban por doquier.
Se
enfrentó a los capataces, les arrancó el látigo de las manos... Un
día reprendió a un rico propietario que maltrataba a los pobres
negros que trabajaban en su hacienda. Viendo que aquel hombre no
estaba dispuesto a cambiar de conducta, el Arzobispo intentó darle
una lección. Tomó dos trozos de papel, uno blanco y otro negro. Les
prendió fuego y pulverizó las cenizas en la palma de su mano.
"Señor, -le dijo- ¿podría decir qué diferencia hay entre las
cenizas de estos dos papeles? Pues así de iguales somos los hombres
ante Dios".
El
P.Claret tenía una capacidad inventiva que denotaba un ingenio poco
común. En Holguín se organizaron fiestas populares. El número
fuerte del programa era el lanzamiento de un globo tripulado por un
hombre. El artefacto aerostático era de los primeros que se ensayaban
en aquellos tiempos. No tuvo éxito; comenzó a elevarse, pero el
piloto perdió el control y cayó en un pequeño barranco. El
Arzobispo estudió el problema y un día sorprendió a todos:
"Hoy he dado con el sistema de la dirección de los globos".
Y les mostró un diseño, que todavía hoy se conserva.
Era
un hombre práctico. Fundó en todas las parroquias instituciones
religiosas y sociales para niños y para mayores; creó escuelas técnicas
y agrícolas, estableció y propagó por toda Cuba las Cajas de
Ahorros, fundó asilos, visitó cuatro veces todas las ciudades,
pueblos y rancherías de su inmensa diócesis. Siempre a pie o a
caballo. También supo rodearse de un equipo envidiable de grandes
misioneros como los PP. Adoaín, Lobo, Sanmartí y Subirana.
Una
de las obras más importantes que llevó a cabo el P. Claret en Cuba
fue la fundación junto con la Madre Antonia París de las Religiosas
de María Inmaculada, Misioneras Claretianas, que tenía lugar después
de muchas dificultades el 27 de agosto de 1855 con la profesión de la
Fundadora.
Pero
ni siquiera en Cuba le dejaron en paz sus enemigos. La tormenta de
atentados llegó al cúlmen en Holguín, donde fue herido gravemente
por un sicario a sueldo de sus enemigos, al que había sacado poco
antes de la cárcel, cuando salía de la iglesia. El P.Claret, casi
agonizando, pidió que perdonaran al criminal. A pesar de todo sus
enemigos siguieron sin perderle de vista.
Confesor
de la Reina y Misionero en la Corte y en España
Al
cabo de seis años en Cuba un día le entregaron un despacho urgente
del capitán general de La Habana en el que se le comunicaba que su
Majestad la Reina Isabel II le llamaba a Madrid. Era el 18 de marzo de
1857.
Llegado
a Madrid, supo el P. Claret que su cargo era definitivamente el de
confesor de la Reina. Contrariado aceptó, pero poniendo tres
condiciones: no vivir en palacio, no implicarle en política y no
guardar antesalas teniendo libertad de acción apostólica.
Tenía
49 años cuando regresó de Cuba. Pero Claret no había nacido para
cortesano. En los 11 años que permaneció en Madrid, su actividad
apostólica en la Corte fue intensa y continuada. Pocas fueron las
iglesias y conventos donde su voz no resonara con fuerza y convicción.
Desde la iglesia de Italianos, situada en la actual ampliación de las
Cortes y desde la iglesia de Montserrat, donde está situado
actualmente el Teatro Monumental, desarrolló una imparable actividad.
Principalmente se hizo notar en sus misiones al pueblo y en sus
ejercicios al clero.
Mientras
acompañaba a la Reina en sus giras por España aprovechaba también
para desarrollar un intenso apostolado. A primeros de junio de 1858 la
real caravana rodaba por las llanuras de la Mancha, Alicante,
Albacete, Valencia... y luego al noroeste de España: León, cuenca
minera de Mieres y Oviedo, Galicia, Baleares, Cataluña, Aragón y
Andalucía. El recorrido por el sur fue de un gran entusiasmo, que
aprovechaba el confesor real para misionar por todas partes, llegando
a predicar en un solo día 14 sermones. Córdoba, Sevilla, Cádiz,
Granada, Málaga, Cartagena y Murcia, y más tarde otra vez por el
norte, País Vasco, Castilla la Vieja y Extremadura. El Reino de Dios
era anunciado y el pueblo respondía con generosidad.
Presidente
del Monasterio de El Escorial
La
Reina le nombró Presidente del Real Monasterio de El Escorial para su
restauración, dado su lastimoso estado a raíz de la ley de
exclaustración de 1835. Desempeñó este cargo desde el año 1859
hasta el año 1868. Corto tiempo, pero suficiente para dar muestras de
su talento organizador. Se repararon las torres y alas del edificio,
así como la gran basílica. Se restauraron el coro y los altares, se
instalaron dos órganos, se adquirió material científico para los
gabinetes de Física y laboratorios de Química, se restauró la
destartalada biblioteca y se construyó otra nueva; se repoblaron los
jardines, se plantaron gran cantidad de árboles frutales y de jardín.
Con todo, el Arzobispo ponía anualmente en manos de la Reina un buen
superavit. Parecía un milagro.
Con
la restauración material emprendió la espiritual. Creó una
verdadera Universidad eclesiástica, con los estudios de humanidades y
lenguas clásicas, lenguas modernas, ciencias naturales, arqueología,
escolanía y banda de música. Estudios de Filosofía y Teología, con
Patrística, Liturgia Moral y ciencias Bíblicas, lenguas caldaica,
hebrea, arábiga, etc. Hizo de este monasterio uno de los mejores
centros de España. Y gracias a su afán recuperó su esplendor la
octava maravilla del mundo.
Apóstol
de la prensa
"Antonio,
escribe", -le dijeron Cristo y la Virgen-.
Como
una enorme y sensible pantalla de radar, Claret escrutaba
continuamente los signos de los tiempos: "Uno de los medios que
la experiencia me ha enseñado ser más poderoso para el bien es la
imprenta, -decía-, así como es el arma más poderosa para el mal
cuando se abusa de ella".
Escribió
unas 96 obras propias (15 libros y 81 opúsculos) y otras 27 editadas,
anotadas y a veces traducidas por él. Sólo si se tiene en cuenta su
extrema laboriosidad y las fuerzas que Dios le daba, se puede
comprender el hecho de que escribiera tanto llevando una dedicación
tan intensa al ministerio apostólico. Claret no era solamente
escritor. Era propagandista. Divulgó con profusión los libros y
hojas sueltas. En cuanto a su difusión alcanzó cifras verdaderamente
importantes.
Jamás
cobraba nada de la edición y venta de sus libros; al contrario,
invertía en ello grandes sumas de dinero. ¿De dónde lo sacaba? De
lo que obtenía por sus cargos y de los donativos.
"Los
libros -decía- son la mejor limosna".
En
el año 1848 había fundado la Librería Religiosa junto al Dr.Caixal,
futuro obispo de Seo de Urgel, precedida por la "Hermandad
espiritual de los libros buenos", que durante los años que
estuvo bajo su dirección hasta su ida a Cuba imprimió gran cantidad
de libros, opúsculos y hojas volantes, con un promedio anual de más
de medio millón de impresos. En el primer decenio de la fundación
recibió la felicitación personal del Papa Pío IX.
Aún
sacerdote fundó la Hermandad del Santísimo e Inmaculado Corazón de
María, cuya finalidad era la de mantener permanentemente la difusión
de los libros y constituyó uno de los primeros ensayos de apostolado
seglar activo por estar integrada por sacerdotes y seglares de ambos
sexos.
Una
de sus obras más geniales fue la fundación de la Academia de San
Miguel (1858). En ella pretendía agrupar las fuerzas vivas de las
artes plásticas, el periodismo y las organizaciones católicas;
artistas, literatos y propagandistas de toda España para la causa del
Señor. Gracias a su prestigio consiguió reunir en ella las figuras más
representativas del campo católico español. En nueve años se
difundieron gratuitamente numerosos libros, se prestaron otros muchos
y se repartió un número incalculable de hojas sueltas.
Y
fundó las bibliotecas populares en Cuba y en España. Más de un
centenar llegaron a funcionar en España en los últimos años de su
vida.
Bien
merece el P.Claret el título de apóstol de la prensa.
Director
espiritual y confundador
La
obra más significativa del P.Claret fue la fundación de la
Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María. Pero en la
espléndida floración de nuevos institutos religiosos que se operó
en el siglo XIX, fue el confesor real el más decidido colaborador que
se encontraron casi todos los fundadores y fundadoras de su tiempo.
Con
la Madre París ya había fundado en Cuba el año 1855 el Instituto de
Religiosas de María Inmaculada, llamadas misioneras claretianas, para
la educación de las niñas.
Bajo
su dirección espiritual se incluyen Santa Micaela del Santísimo
Sacramento, fundadora de las Adoratrices, y Santa Joaquina de Vedruna,
fundadora de las Carmelitas de la Caridad.
Intervino
directa o indirectamente en otras fundaciones. Se relacionó con Joaquím
Masmitjà, fundador de las Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón
de María, con D. Marcos y Dña. Gertrudis Castanyer fundadores de las
Religiosas Filipenses, con María del Sagrado Corazón fundadora de
las Siervas de Jesús, con Ana Mogas fundadora de las Franciscanas de
la Divina Pastora. Le encontramos con Fracesc Coll fundador de las
Dominicas de la Anunciata. También tuvo parte en la fundación de las
Esclavas del Corazón de María, de la M. Esperanza González. Y habría
que añadir su influjo en la Compañía de Santa Teresa, Religiosas de
Cristo Rey, etc.
Todas
estas instituciones nacieron o germinaron gracias al P.Claret.
Un
hombre santo
La
suntuosidad cortesana no impidió al P.Claret vivir como el religioso
más observante. Cada día dedicaba mucho tiempo a la oración. Su
austeridad era proverbial y su sobriedad para las comidas y bebidas,
admirable.
Este
era su horario. Dormía apenas seis horas levantándose a las tres de
la mañana. Antes que se levantaran los demás tenía dos horas de
oración y lectura de la Biblia, luego otra hora con ellos, celebraba
su Eucaristía y oía otra en acción de gracias, desde el desayuno
hasta las diez confesaba y luego escribía. Lo que peor soportaba era
la hora de audiencia hacia las doce. Por la tarde predicaba, visitaba
hospitales, cárceles, colegios y conventos.
Su
pobreza era ejemplar. Un día se llevó un susto al llevarse la mano
al bolsillo. Le pareció haber encontrado una moneda, pero enseguida
se repuso, no era una moneda, sino una medalla. En una ocasión no
teniendo otra cosa para poder auxiliar a un pobre empeñó su cruz
arzobispal.
Claret
era un verdadero místico. Varias veces se le vió en estado de
profundo ensimismamiento ante el Señor. Un día de Navidad, en la
iglesia de las adoratrices de Madrid, dijo haber recibido al Niño Jesús
en sus brazos.
Privilegio
incomparable del que fue objeto fue la conservación de las especies
sacramentales de una comunión a otra durante nueve años. Así lo
escribió en su Autobiografía:
"El
día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración en la iglesia del
Rosario de La Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió
la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales, y
tener siempre día y noche el santísimo sacramento en mi pecho".
Esta
presencia, casi sensible, de Jesús en el P.Claret debió ser tan
grande, que llegó a exclamar: "En ningún lugar me encuentro tan
recogido como en medio de las muchedumbres".
Un
hombre perseguido
No
es de extrañar que un hombre de la influencia del P.Claret, que arrastraba a
las multitudes, atrajera también las iras de los enemigos de la Iglesia. Pero
las amenazas y los atentados se iban frustrando uno a uno, porque la Providencia
velaba sobre él que se alegraba en las persecuciones. Fueron numerosos los
atentados personales que sufrió en vida. La mayor parte frustrados por la
conversión de los asesinos.
Pero
fue peor, con todo, la campaña difamatoria que se organizó a gran escala por
toda España para desacreditarlo ante las gentes sencillas. Se le acusó de
influir en la política, de pertenecer a la famosa "camarilla" de la
Reina con Sor Patrocinio, Marfori y otros, de ser poco inteligente, de ser
obsceno en sus escritos refiriéndose a "La Llave de Oro", de ser
ambicioso y aún de ladrón. Pero Claret supo callar, contento de sufrir algo
por Cristo.
Ante
el reconocimiento del Reino de Italia
El
15 de julio de 1865 el gobierno en pleno se reunía en La Granja para arrancar a
la Reina su firma sobre el reconocimiento del Reino de Italia, que equivalía a
la aprobación del expolio de los Estados pontificios.
El
P.Claret ya había advertido a la Reina que la aprobación de este atropello
era, a su parecer, un grave delito, y la amenazó con retirarse si lo firmaba.
La Reina, engañada, firmó. Claret no quiso ser cómplice permaneciendo en la
corte. Oró ante el Cristo del Perdón, en la iglesia de La Granja, y escuchó
estas palabras: "Antonio, retírate".
Transido
de dolor al verse obligado a abandonar a la Reina en aquella situación, se
dirigió a Roma. Allí el Papa Pío IX le consoló y le ordenó que volviera
otra vez a la corte. La familia real se alegró inmensamente de su retorno. Pero
una nueva tempestad de calumnias y de ataques se desencadenó contra él. Se
puede decir de Claret que fue uno de los hombres públicos más perseguidos del
siglo XIX.
Desterrado
El
18 de septiembre de 1868 la revolución, ya en marcha, era incontenible. Veintiún
cañonazos de la fragata Zaragoza, en la bahía de Cádiz, anunciaron el
destronamiento de la Reina Isabel II. Con la derrota del ejército isabelino en
Alcolea caía Madrid, y la revolución, como un reguero de pólvora, se extendió
por toda España.
El
día 30, la familia real, con algunos adictos y su confesor, salía para el
destierro en Francia. Primero hacia Pau, luego París. El P. Claret tenía 60 años.
Los
desmanes y quema de iglesias se prodigaron, cumpliéndose otra de las profecías
del P.Claret: la Congregación tendrá su primer mártir en esta revolución. En
La Selva del Camp caía asesinado el P.Crusats.
El
30 de marzo de 1869 Claret se separaba definitivamente de la Reina y se iba a
Roma.
Eldía 8 de diciembre de 1869 comenzaron a
llegar a Roma 700 obispos de todo el mundo, superiores de órdenes religiosas,
arzobispos, primados, patriarcas y cardenales. Comenzaba el Concilio Ecuménico
Vaticano I. Allí estaba el P. Claret.
Uno
de los temas más debatidos fue la infalibilidad pontificia en cuestiones de fe
y costumbres. La voz de Claret resonó en la basílica vaticana:
"Llevo
en mi cuerpo las señales de la pasión de Cristo, -dijo, aludiendo a las
heridas de Holguín-; ojalá pudiera yo, confesando la infalibilidad del Papa,
derramar toda mi sangre de una vez".
Es
el único Padre asistente a aquel Concilio que ha llegado a los altares.
El
ocaso de sus días
El
23 de julio de 1870, en compañía del P.Xifré, Superior General de la
Congregación, llegaba el Arzobispo Claret a Prades, en el Pirineo francés. La
Comunidad de misioneros en el destierro, en su mayoría jóvenes estudiantes,
recibió con gran gozo al fundador, ya enfermo. El sabía que su muerte era
inminente. Pero ni siquiera en el ambiente plácido de aquel retiro le dejaron
en paz sus enemigos. El día 5 de agosto se recibió un aviso. Querían apresar
al señor Arzobispo. Incluso en el destierro y enfermo, el P.Claret tuvo que
huir. Se refugió en el cercano monasterio cisterciense de Fontfroide. En aquel
cenobio, cerca de Narbona, fue acogido con gran alegría por sus moradores.
Su
salud estaba completamente minada. El P.Clotet no se separó de su lado y anotó
las incidencias de la enfermedad. El día 4 de octubre tuvo un ataque de apoplejía.
El
día 8 recibió los últimos sacramentos e hizo la profesión religiosa como
Hijo del Corazón de María, a manos del P.Xifré.
Llegó
el día 24 de octubre por la mañana. Todos los religiosos se habían
arrodillado alrededor de su lecho de muerte. Junto a él, los Padres Clotet y
Puig. Entre oraciones Claret entregó su espíritu en manos del Creador. Eran
las 8,45 de la mañana y tenía 62 años.
Su
cuerpo fue depositado en el cementerio monacal con una inscripción de Gregorio
VII que rezaba: "Amé la justicia y odié la iniquidad, por eso muero en el
destierro".
Glorificado
Los restos del P.Claret fueron trasladados más
tarde a Vic, en 1897, donde se veneran. El 25 de febrero de 1934 la Iglesia le
inscribió en el número de los beatos. El humilde misionero apareció a la
veneración del mundo en la gloria de Bernini. Las campanas de la Basílica
Vaticana pregonaron su gloria. Y el 7 de mayo de 1950 el Papa Pío XII lo
proclamó SANTO. Estas fueron sus palabras aquel memorable día: "San
Antonio María Claret fue un alma grande, nacida como para ensamblar contrastes:
pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo. Pequeño de cuerpo,
pero de espíritu gigante. De apariencia modesta, pero capacísimo de imponer
respeto incluso a los grandes de la tierra. Fuerte de carácter, pero con la
suave dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia.
Siempre en la presencia de Dios, aun en medio de su prodigiosa actividad
exterior. Calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y, entre tantas
maravillas, como una luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de
Dios".
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